domingo, noviembre 15, 2009

Dance

Won’t you dance with me tonight
under this warming moon lit sky?
Hold my hips and reduce me to my feet.

Melt me in the furnace of your arms
until I shine like a boiling star.
Seduce me with those deep brown eyes.

Allure me with your scent
the one that makes me faint.
Hold your breath and hold on tight
cause we are on for a wild ride.

domingo, noviembre 08, 2009

Incoherencias de un corazón en pena

Quisiera estar sentado en una nube
Y verte desde ahí con mis ojos cerrados
Saborear tus cabellos y peinar tus labios.

Y elevarme en el espacio
Y llover sobre tu piel
Y fundirme luego en la tierra
Para cuidar tus pasos.

Y con las plantas germinar a tu lado
Y velarte y cuidarte a mi sombra
Y luego ser fruta fresca en la que apagues tu sed.

Y hundirme en tu vientre y que en tu alma me lleves
Y ser uno contigo y ser solo por ti
Y volver a mi nube solo para escucharte sonreír.

domingo, agosto 23, 2009

The night is gone
The dream is dead
Half alive, half awake

The stones fly through my head
All I can see is red
Bloody red dripping out of my veins
Bloody Mary stripped at the bar,
while I fantasized about that guitar.

The mirror shatters from the pain
And as the image breaks and the voices faint
The empty bottle slits my throat
And frees the rum in my soul

And here comes Mary Jane now
With here pretty night gown
Blowing circles in the air
As the Waltz plays with her hair.

And we play and we dance
Until the troops fold back to the last stance
And the war is lost when it hurts the most

jueves, julio 30, 2009

Bailarina al atarceder

Ayer hubo un hermoso atardecer
Dicen que el sol brillaba
y que con el viento los árboles jugaban.
Las nubes se vestían de mil colores
y los pájaros cantaban a sus viejos amores.

Pero yo no lo vi. Me perdí en el atardecer de tu mirada,
En la miel que se empoza a la sombra de tus pestañas.
Saboreé el brillo de tu sonrisa. Y me consumí en
ese aire infantil que destilas a pesar de ser toda una mujer.

Me devolviste las poesías
que creí para siempre perdidas
de tu ser se desprenden los más bellos versos.

Pequeña bailarina, ángel celestial.
Pieles perforadas, por aceros ardientes
de ilusiones incipientes.
Labios robados, que serán tierra fértil
para amores soñados

martes, julio 07, 2009

¡Oh Curiosidad! ¡La más hermosa de las ninfas de este bosque! Como Ulises debo atarme a mi nave para no saltar de ella atraido por tus dulces mieles. Es tan fácil perderse en la infinidad de tu cuerpo.

Eres espontanea, infantil, juguetona. Te gusta sorprenderme en cualquier momento. Irreverente entras por la puerta sin cuidado de lo que yo esté haciendo y me seduces con una de tus tramas.

Basta con que tu aroma cruce mi espacio para convertirme en tu esclavo. Tal es el poder de la pasión que emanas.

¡Oh Curiosidad! ¡Bondadosa dueña de mi alma!Es tan magna tu nobleza que recompensas con el fuego de Prometeo a quienes ciegamente te seguimos.

lunes, junio 22, 2009

Lo que no publiqué

Este espacio está dedicado a unas lineas que salieron de lo más profundo de mi corazón, pero que mi cobardía me impide mostrar. Dejo en su lugar un silencio y una lágrima bajando por mi mejilla....

lunes, junio 15, 2009

Mis mejores versos
no están en papel
Mis mejores versos
los escribí en tu piel

jueves, mayo 21, 2009

Te he idealizado tantas veces.
Diariamente te reconstruyo.
Te cambio el cabello,
el nombre, la voz.

Te he destruido
solo para verte renacer
mi Fénix, mi nada, mi todo.

En ocasiones
te he dejado de pensar
pero ni un solo instante
te he podido olvidar.

No importa quien seas
que hagas o donde estés
mientras existas y no seas mía
yo te amaré.

domingo, abril 26, 2009

Lo escuché en el viento

Soy inocente de estos versos
Solo los capto en el viento.
No es mi voz, no son mis sentimientos.
Son los sueños del mundo
que a mis manos llegan
y en el papel se impregnan.

Ellos se estrellan contra mi
anhelando una hoja en blanco
y una pluma fresca.

Fugases recorren mi cuerpo
buscando una expresión trascendental.
Efímeros, son solo momentos,
si realmente fueran míos
podría retenerlos.

Me absorben, me dominan,
me seducen y yo me entrego.
Rendido, impotente, esclavo
de sus deseos.

Soy esclavo de los versos.
Como esclavo soy de tus besos
y de tu mirada o dulce esperanza,
sublime voz del Universo.

Sos vos

Sos la luz en el horizonte,
la que me mantiene con fe
en estas horas oscuras.

Son tus brazos la orilla
a la cual me aferro;
y tus ojos el lugar
en el cual me refugio
durante la tempestad.

Son tus labios
maná de vida
en este éxodo.

Sos el arca donde guardo,
de mi corazón aquello
que no deseo perder

Life

Life, four letters defining the infinitely small time spam that we are granted with no apparent reason, other than entertaining a vicious child that is obsessed with his excessively complicated ant farm.
Yet, it is so absolute and so fragile, such a beautiful gift or just a sadomasochistic joke. Questions shooting through my mind make me pretend I’m conscious of some sort of repressive self that keeps me from being one with the universal love.
Feelings that feel so real, in spite they are just dreams of a dreaming dragon from a far away land, where the sun always sets but never rises. Where knights in shinning armours never fight, but always die.

jueves, abril 23, 2009

Ella bailaba...

Y la vi bailar
y ella bailó para mi.
Uno tras el otro,
sus pies sobre el escenario
le hacían el amor a quien mirara atento.

Desde mi lugar yo sonreía,
con esa sonrisa que tienen
los pícaros ante la complicidad
de una amante delirante de pasión.

La escena era suya
y era ella
y sin dudas era bella.
Sus pies volaban un tras el otro
sobre el escenario.

Sus manos reflejaban su fragilidad.
Esas manos que en otras noches me rasgaban,
esa fragilidad a la que en otras noches me aferrara.

Dio un giro y dejó expuesta su espalda.
Aún recuerdo los versos que con mis besos
sobre ella escribí.

El lienzo de su piel
bajo la tenue luz brillaba.
Mientras que su cuerpo
y la música su alma develaban.

martes, marzo 31, 2009

Te extraño cuando llueve

Como te extraño cuando llueve
cuando todos los ángeles lloran tu ausencia
cuando mi rostro empapado refleja las lágrimas de mi corazón.

Como te extraño cuando llueve
y está fría mi cama y vacío nuestro rincón
cuando me abriga el manto de la soledad

Como te extraño cuando llueve
y mis labios ansiosos besan el viento
y mis manos curiosas buscan tus rincones pero rápidamente se quedan sin aliento.

Como te extraño cuando llueve
en todas tus formas te extraño,
te extraño como estela de las estrellas,
te extraño como laureada princesa,
te extraño como ángel,
te extraño como niña,
te extraño, ¡como te extraño!

Como te extraño cuando llueve

Pequeña bailarina

Azul y amarillo
del sol el brillo
en tu rostro
y en tus ojos
lo profundo del mar.

Tu sonrisa tierna
tu baile angelical.
Pocos veranos
en tu sien se ven.

Tu voz tan fina
tan de niña.
La suavidad del mar,
oculta en tu mirar.

Si algún día la
llama de tu belleza
se ha de apagar
el canto de las aves
ha de cesar.

Pequeña niña
con tu sonrisa
el sol brilla
con tu mirar
se sacude el mar
tu belleza angelical
no tiene igual.

jueves, febrero 19, 2009

El día de mi funeral quiero que llueva
para así confundir con sus rostros húmedos todos por igual,
a los fríos y a los dolidos.

El día de mi funeral quiero que llueva
para que quien cargue mi féretro
moje sus manos en mi dolor.

El día de mi funeral quiero que llueva
para que la tierra que cubra mi tumba sea lodo
y ensuciarme una vez más.

El día de mi funeral quiero que llueva,
que el cielo llore mi partida de esta tierra
o mi entrada en él (infierno)
o quizás las dos.

El día de mi funeral quiero estar vivo
para poder asistir
y despedir a mis amigos bajo la lluvia invernal.

El día de mi funeral quiero estar vivo
y darle un último beso a María (si es que va)
el día en que termine mi agonía
y que pueda seguir su vida
sabiendo que soy libre de su dolor.

El día de mi funeral quiero estar vivo
para pedir perdón y pecar una vez más.

Hay días que pesan en el alma.
Días en los que los dioses nos olvidan o se burlan de nosotros.
Días que nos marcan como cinceles en el alma.
Días que pasan y se lloran o se aguantan.
Hay días que pesan en el alma.


Como hay días hay mujeres.

Hay mujeres que pesan en el alma.
Mujeres que nos odian o nos aman.
Mujeres que se lloran o se aman.
Mujeres que nos marcan.
Hay mujeres que pesan en el alma.

lunes, febrero 09, 2009







Ni siquiera en sueños

Puedo encontrarme con él

Mi cristal cada mañana

Revela una cara tan gastada

Me vuelvo apenada.[1]

Su recuerdo es constante e invade mi cuerpo cada vez que me despierto. Recuerdo particularmente aquel que debía ser el día más bello y es el más amargo. Recuerdo cada instante, y lo vivo de nuevo cada vez que cierro mis ojos. Hoy que el viento sopla y acaricia las hojas dulcemente, es más fuerte esta soledad y es más intenso mi recuerdo…

Ese día me levanté más tempano de lo que me era usual en aquellos años, el canto hermoso y prolongado del Hototogisu sumado a mi ansiedad y emoción, me impedían mantenerme en la cama por más tiempo. Me levanté con el corazón acelerado, lleno de amor y de emoción, estaba preparada para tener un día grandioso. Me asome por las persianas de mi cuarto que me permitían ver al jardín donde florecían los más hermosos árboles. Los ciruelos con sus flores claras y oscuras llenaban mi corazón de felicidad. Pero no hay belleza que se iguale con la de la flor del cerezo, con sus largos pétalos y hojas de un rojo oscuro y apasionado, que producen en el más turbio los más píos sentimientos.

Recuerdo que a lo lejos, fuera del palacio, se erguía un pino, majestuoso e imponente, tan antiguo como el mundo mismo y que probablemente morirían juntos. Los pinos siempre me hacían recordarlo a él. Corrí entonces hacia el pequeño baúl donde siempre guardé las cosas que me eran preciadas. Allí estaba aún, después de tanto tiempo, conservada perfectamente como la blancura perenne de Shirayama[2], aquella pequeña ramita de pino que recibí junto con aquellos hermosos y verdes versos.

Tu canasta, con tu hermosa canasta,

Tu paleta, con tu pequeña paleta,

Dama, juntando hierbas en esta ladera,

Yo te preguntaré: ¿Dónde está tu casa?

¿No me dirás tu nombre? [3]

Escribió él. Yo lo sabía a la espera de mi respuesta, pero mis manos temblaban como las cuerdas de la cítara. Era un verso antiguo, y yo no podía decepcionarlo y mostrarme incapaz de responder a su reto. Pero en ese momento ¡oh desgracia! no podía recordar el verso. Mi corazón se precipitó con si estuviera a punto de expirar. Respiré profundamente para calmar mi ansiedad y le pedí al mensajero de mi amado que esperara mientras elaboraba mi respuesta.

Corrí a buscar una piedra de tinta, me senté, cerré mis ojos y sobre el mismo papel que él había pasmado tan hermosas palabras, escribí.

Sobre las vastas tierras de Yamato

Eres tu quien reina a lo largo y ancho[4]

Eres tu quien gobierna a lo largo y ancho

Yo misma, mi señor, te contaré

Sobre mi hogar y mi nombre.

Yo no podía utilizar los caracteres chinos con la destreza que él lo hacía, y hubiese sido mejor no contestar que enviarle una mala respuesta; pero yo esperaba que la forma en que escribí estos versos fuera de su agrado. Aún insegura acerca de mi proceder, pedí al mensajero que volviera con su amo. ¡Como disfrutaba de estos juegos! Son cientos los versos que de él recibí, era tan bella su manera de escribir; así como su forma de hablar. Siempre respetuoso con quienes debía serlo y directo con quien no era necesario. Su expresión y su persona, ambas finas, ambas por mí adoradas.

Días después escuche que varios cortesanos comentaban acerca de mi verso, y mi querido amigo Tsunefusa se acercó a mí y me comentó que mis versos habían llegado a los oídos del Emperador y que éste se encontraba maravillado con mi agilidad y mi destreza en la poesía, y que deseaba que todas las mujeres de palacio fueran así de astutas para nunca sentirse aburrido. Este comentario me llenó de gozo y orgullo; y de agradecimiento para con mi padre, quien desde que yo era niña se había esmerado en que aprendiera todos los poemas del Man’yōshū[5], del Gosenshū[6] y del Kokinshū[7] y a tocar los más bellos instrumentos.

De repente me percaté de que el tiempo pasaba y que yo debía prepararme. Las demás damas en espera, se fueron levantando una a la vez y el palacio se llenó de vida en pocos minutos. Algunas de las damas llevadas por la emoción comenzaron a llegar a mi habitación sin arreglarse lo cual fue sumamente molesto; pero yo no permitiría que su desfachatez me arruinara el día.

Mi cabello era más hermoso que el de cualquiera, por lo menos así lo percibía yo. Siempre estaba perfectamente liso, era oscuro como las noches más frías del invierno y cubría mis hombros de la manera más ordenada. Ese día lo adornaría con uno de los peines más hermosos que había tenido jamás. Hoy el peine se ha perdido y de mi cabello, una vez abundante y hermoso, no quedan más que vestigios…

Si tan solo al escuchar

Que la vejez se acerca

Uno pudiera cerrar la puerta

Responder “no está en casa”

Y negarse a recibirla.[8]

Pero el tiempo pasa y nunca perdona.

Aquel peine siempre me traía recuerdos del sétimo día, cuando los nobles que viven fuera del palacio llegan para disfrutar del Festival de los Caballos Azules. En esta época la nieve cubre las pequeñas y jóvenes hierbas y es difícil mantener la entrada de palacio apropiadamente limpia; y al entrar los carruajes, los golpes hacen que los peines caigan del cabello de las mujeres y es hermoso verlas reír cuando por descuido estos se quiebran. ¡La época del festival es una época hermosa!

Esa mañana lavé mi cabello y me puse un traje aromatizado que me llenó de placer. Luego, sentada ya frente a mi lujoso espejo chino noté que este estaba ligeramente empañado, lo cual hizo retumbar mi corazón. Una vez que recobré la serenidad, saqué mis cejas, y la expresión en mi rostro mientras lo hacía, provocó fuertes risas a las damas que estaban a mi lado. Luego me di a la tarea de empolvar mi rostro, con cuidado de no dejar al descubierto un solo espacio, que permitiera observar el color de mi piel, ya que este era un día especial y es sumamente desagradable el ver un rostro mal empolvado. Luego pinté mis cejas y contemplé mi rostro.

Mi rostro brillaba como la luna que con todo su esplendor iluminó aquella noche en que él llegó a mí por primera vez. Era una noche de verano, la época adecuada para encontrar un amante. Yo aún no le dejaba ver mi rostro cuando él llegó a mi puerta, él no lo había visto jamás a pesar de que nos conocíamos bien. Él se escondía detrás de mi puerta corrediza entreabierta, cuando profesó uno de sus versos y yo conmocionada le rogué que entrara. Al estar los dos en el mismo cuarto, de espaldas a él, lentamente baje el abanico con el cual me había cubierto el rostro. Él extrañado intentó preguntarme que ocurría, pero yo solamente me volví a mirarlo. Él era el primer hombre que llegaba a mi cuarto en palacio, y que observaba mi rostro, yo era muy joven.

La sensación que me estremeció en aquel instante nunca ha tenido igual; fue como si una gota de lluvia invernal recorriera mi espalda de arriba abajo y que el calor de las brazas que calientan la habitación calentara mi corazón. En sus ojos pude ver su sinceridad y que la conmoción, a pesar de su sabiduría y madurez, se apoderaba de él también.

Él se encontraba vestido de manera impecable, como era su costumbre, traía un hermoso capote color cereza con blanco, unos hermosos pantalones atados flojamente, el más hermoso sombrero y un abanico de los colores más intensos con uno de nuestros versos favoritos escritos al frente.

Pasó la noche y al amanecer se comportó como el mejor de los amantes, de la manera más elegante posible. Se levantó de la cama con un aire de consternación en su rostro. “Apresúrate, la luz se está levantando y tú no quieres que nadie te encuentre aquí”, le dije y él suspiró, como si la noche no hubiese sido lo suficientemente larga y le causara una gran agonía el partir. Se acercó a mí, aún si vestirse completamente y susurró a mi oído todo aquello que durante la noche se había quedado sin decir. Estábamos los dos al lado de la puerta de mi habitación y antes de escabullirse exclamó

Como el hielo que se derrite

Al comenzar la primavera

Sin dejar un solo rastro atrás

Que se derrita tu corazón por mí[9]

Definitivamente así lo fue.

A la mañana siguiente, esperaba su carta y esta llegó puntual. Era una carta anudada de la manera más hermosa, en un igualmente bello papel rojo y que venía acompañada de unas hermosas flores de Meliá. Esto me aseguraba sus intenciones, por lo que me apresuré a escribirle de vuelta.

Ahora recuerdo también, con especial cariño, aquella noche en la que mi amor se escabullía por los rincones del palacio con tal de llegar a mí, siempre elegante y suave en su andar. Yo lo esperaba al lado de la ventana, pues sus poemas habían anunciado su llegada y yo ansiosa ya estaba. El incienso ardía dentro de mi habitación e impregnaba hasta los más recónditos espacios. Cuando de repente lo vi caminado por el jardín. A medida que se acercaba aumentaba su cautela para no ser descubierto; cuando de repente Okinamaro comenzó a ladrar. Él me miró indeciso y preocupado. Con un gesto nos despedimos, el se perdió en la turbia noche y yo en el dolor de su ausencia. Al aire fresco de la noche suspiré

Pensando en él

Duermo solo para tenerlo

Aparece frente a mí

Si hubiese sabido que era un sueño

Jamás hubiese despertado

Como te extraño, corazón, cuando los pájaros cantan y cuando las nubes viajan. Como te extraño al despertar, como extraño el olor de tus cabellos y tus manos fuertes. Como extraño tu color de voz y el tono de tu caminar. Como te extraño en el verano, cuando el sol y mi cuerpo calientan, y el agua refresca pero no sacia la sed que siento por ti…

¡Sueños, escuchen, mis sueños!

No me traigan al lado

Del hombre al que yo amo

Porque una vez que despierte

Me hará sentirme solitaria[10]

Aquel día, de todos el más bello y el más triste, yo no podía creer lo que ocurría, ahí estaba yo de vuelta en la casa de mi padre, esperándolo a él que a partir de ese día, al convertirme yo en su esposa principal, viviría con nosotros. Vestida de la manera más elegante; tenía en mi cabello, que en ese entonces llegaba hasta el piso, el adorno más fino y hermoso. Mi chaqueta china, la cual había recibido de su majestad, era tan hermosa que cualquier descripción que yo intentará hacer sería injusta pues no se le asemejaría en lo más mínimo. Mi bata era de la tela más fina que había en todo el territorio, al igual que el vestido sin alinear; ambos del blanco más puro, con trazos de colores inigualables formando los más hermosos patrones, que había mandado a teñir desde hace bastante tiempo. Mis faldas tanto la del pantalón, como la larga me llenaban de majestuosidad. Nunca me había sentido tan hermosa. Mis ojos al verme se llenaban de alegría.

Lo que más me alegraba era mi abanico. Este era tan hermoso, sus colores y texturas. Esos pequeños detalles dorados, y el paisaje que en él se plasmaban al lado del verso que él una vez escribiera para mí, me hacía sentir extasiada. Era el abanico más bello del mundo. Mi padre había pedido a los artesanos de palacio que lo decoraran, era simplemente exquisito.

De repente comencé a escuchar unos arcos, lo cual me recordó los hermosos episodios que ocurren todas las noches en palacio cuando se toma lista de los cortesanos mayores y de los caballeros que atienden al emperador. ¡Como desearía poder presenciar este evento! Pero las cortinas cerradas, me permiten imaginarlo únicamente a partir de los sonidos, lo cual es igualmente esplendoroso. Antes de que sean las diez de la noche, se escuchan cientos de pasos apresurados en el palacio. Al ser las diez en punto comienzan a escucharse los nombres de todos, y las damas en espera siempre disfrutan de escuchar y de comentar sobre la manera en que cada uno responde, siendo especialmente emocionante el escuchar a un amigo enunciar su nombre. Recuerdo como él siempre pronunciaba su nombre. Su voz grave, fuerte y clara, hacía retumbar el palacio y aceleraba mi corazón.

Luego se escuchaban pasos más fuertes, cuando la Guarda Imperial de la Oficina Privada del Emperador hacía su entrada, haciendo sonar las cuerdas de sus arcos para espantar a los malos espíritus. Luego el capellán de turno, se dirige, con pasos que hacen temblar el suelo, hacia la barandilla en la esquina noreste del palacio, donde asume una postura que creo se llama, arrodillamiento elevado, y mirando hacia el palacio del emperador y pregunta al oficial que se encuentra a su retaguardia si tal y tal están presentes, y si tal y tal también lo están. Ha de ser un acto sumamente hermoso que no puedo más que imaginar.

Llegó la hora de comer, ese día tendríamos un gran banquete, corrimos al salón de banquetes donde se encontraban ya a nuestra disposición, el vinagre, la sal, el licor y el delicioso sho. ¡El delicioso plato de las cuatro especies! Pronto llegaron la sopa, los vegetales, el arroz y los demás platos, y nos dispusimos a degustarlos con el mayor de los placeres. El O-mochi que había en el centro de la mesa trajo a mi mente uno de los más dulces recuerdos que guardaba entonces de mi amado.

Recuerdo que era un día después de que terminaran la ceremonia de las sagradas lecturas, puesto que había terminado ya la abstinencia, y que aún se sentían en el palacio los murmullos de los monjes que habían estado profesando el Mahāprajñāpāramitā Sūtra[11]; cuando se acercó un viejo y pobre mendigo al palacio. Vi desde mi ventana como este se acerco a mi amado. No tengo certeza de lo que ocurrió ni de cuáles fueron las palabras que entre ellos se dijeron, sólo recuerdo que mi amado entró de nuevo al palacio y regresó luego con una cesta y una bata, al recibirla el mendigo realizó un baile de agradecimiento del modo más grotesco, lo que provoco carcajadas en otras damas que también observaban. No me es difícil suponer, dada la época, la personalidad de mi amado y la apariencia de aquel viejo que lo que había en la canasta eran las sobras del altar del Buda. Que noble que mi amado, tu bondad cala profundo en mi ser y me hace suspirar por las horas en las que no estás a mi lado; me llena de gozo el saber que me has amado y que tu corazón, grande y apasionado, conmigo compartes. Recuerdo ese día como si lo viviera a cada momento.

Ahora cuando pienso en todos aquellos bellos momentos se agrieta mi espíritu, se funde mi corazón con la desesperanza y mi cuerpo se debilita. Son tiempos que no volverán y que han de ser por siempre una carga en mi alma. En la habitación que escribo ahora, guardo ya pocas cosas que me inciten su recuerdo; a pesar de que olvidarlo es una ilusión, mas no un anhelo. Entre las cosas que guardo con un cierto desprecio, pero que me es imposible desechar, está su espada con su hermosa vaina decorada, de la manera más fina y elaborada.

Esa espada maldita, a la que culpo de todas mis desdichas, pero que es tan bella y que es de él lo único que me queda, Heraldo de la Muerte era su nombre, porque habría de llevar a nuestros enemigos hacia un amargo destino; irónica es la vida y cruel el hado. Meses antes del hermoso pero oscuro día que, en parte, he detallado, mi amado fue enviado a resguardar las fortalezas de Ise. Aun conservo grabado en mi corazón el primer poema que durante su ausencia recibí.

Pensaré en ti, amor,

En las tardes en que la niebla gris

Se levante sobre las acometidas,

Y a frialdad suena la voz

Del grito de los patos salvajes.[12]

Recuerdo haberlo sentido tan cerca de mí al leer estas palabras que no pude evitar recordar aquellos hermoso versos, que la princesa escribiera en su momento a su amado Narihira, y que en ese momento eran demasiado míos.

No sé si

Fui yo quien viajó a ti

O fuiste tú quien vino a mí:

¿Fue sueño o realidad?

¿Estaba dormida o despierta? [13]

Recuerdo que en la mañana de aquel agridulce día, recibí el que sería el último de sus poemas; me hizo temblar; pues demostraba que él guardaba en su corazón los versos que yo le había enviado.

Anoche también yo

Vagué perdido en la oscuridad

De un corazón perturbado;

Si fue sueño o realidad

Esta noche lo decidiremos.[14]

Cuando estaban ya listos los preparativos y ansiosa yo esperaba su llegada, puntual como él era, llego apresurado un mensajero. La expresión en su rostro, su respiración ajetreada y su manera desordenada de presentarse en el palacio, fueron suficientes para que mi alma se detuviera consciente de lo que había ocurrido. No eran necesarias las palabras, yo ya lo sabía todo; mi corazón me lo decía; no hubo ya sorpresa alguna, cuando tuve en mis manos, igual que ahora, esta espada ensangrentada….

Las hierbas crecen tan gruesas

Que ya ni siquiera se puede ver el camino

Que lleva hacia mi hogar;

Esto ocurrió mientras esperaba

Por alguien que no llegaría.[15]



[1] Ise: incluido en el Kokinshū

[2] Shirayama (Montaña Blanca) situada en la prefectura norteña de Kaga.

[3] Atribuido al emperador Yūryaku (418-479)

[4] El verso original dice: “Soy yo quien reina a lo largo y ancho/ soy yo quien gobierna a lo largo y ancho/ Yo mismo, como tu señor, te contaré/ acerca de mi nombre y de mi hogar.”

[5] La colección de las mil hojas.

[6] La seis colecciones

[7] La colección de poesía moderna y antigua.

[8] Anónimo: Incluido en el Kokinshū

[9] Anónimo: Incluido en el Kokinshū

[10] Anónimo; incluido en el Gosenshū.

[11] Sutra de la gran sabiduría.

[12] Poema de un guarda de la frontera, incluido en el Man’yōshū.

[13] Las Historias de Ise, Ariwara no Narihira.

[14] Las Historias de Ise, Ariwara no Narihira. (Es la respuesta deNarihira al poema de la princesa).

[15] Sōjō Henjō, incluido en el Kokinshū